En nuestra clase del jueves 22/04, desarrollamos el tema de la teoría de Ferdinand De Saussure, cuyos conceptos constan en la clase 5.
Para introducir el tema del signo y su importancia, leímos y comentamos el texto de Umberto Eco, que es el proemio (adaptado) de su libro Signo de 1976. Es el siguiente:
PROEMIO
Supongamos que el señor Sigma, en
el curso de un viaje a París, empieza a sentir molestias en el «vientre».
Utilizo un término genérico, porque el señor Sigma por el momento tiene una
sensación confusa. Se concentra e intenta definir la molestia: ¿ardor de
estómago?, ¿espasmos?, ¿dolores viscerales? Intenta dar nombre a unos estímulos
imprecisos, y al darles un nombre los culturaliza, es decir, encuadra lo que
era un fenómeno natural en unas rúbricas precisas y «codificadas»; o sea, que
intenta dar a una experiencia personal propia una calificación que la haga
similar a otras experiencias ya expresadas en los libros de medicina o en los
artículos de los periódicos.
Por fin descubre la palabra que
le parece adecuada: esta palabra vale por la molestia que siente. Y dado que
quiere comunicar sus molestias a un médico, sabe que podrá utilizar la palabra
(que el médico está en condiciones de entender), en vez de la molestia (que el
médico no siente y que quizás no ha sentido nunca en su vida). Todo el mundo
estará dispuesto a reconocer que esta palabra, que el señor Sigma ha
individualizado, es un signo, pero nuestro problema es más complejo.
El señor Sigma decide pedir hora
a un médico. Consulta la guía telefónica de París; unos signos gráficos
precisos le indican quiénes son médicos y cómo llegar hasta ellos. Sale de casa, busca
con la mirada una señal particular que conoce muy bien: entra en un bar. Si se
tratara de un bar italiano intentaría localizar un ángulo próximo a la caja,
donde podría estar un teléfono, de color metálico. Pero como sabe que se trata
de un bar francés, tiene a su disposición otras reglas interpretativas del
ambiente: busca una escalera que descienda al sótano. Sabe que, en todo bar
parisino que se respete, allí están los lavabos y los teléfonos. Es decir, el
ambiente se presenta como un sistema de signos orientadores que le indican
dónde podrá hablar.
Sigma desciende y se encuentra
frente a tres cabinas más bien angostas. Otro sistema de reglas le indica cómo
ha de introducir una de las fichas que lleva en el bolsillo y, finalmente, una
señal sonora le indica que la línea está libre; esta señal es distinta de la
que se escucha en Italia, y por consiguiente ha de poseer otras reglas para
«descodificarla»; también aquel ruido vale por el equivalente verbal «vía
libre».
Sigma marca el número: un nuevo
sonido le dice que el número está libre. Y finalmente oye una voz: esta voz
habla en francés, que no es la lengua de Sigma. Para pedir hora (y también
después, cuando explique al médico lo que siente) ha de pasar de un código a
otro, y traducir en francés lo que ha pensado en italiano. El médico le da hora
y una dirección. La dirección es un signo que se refiere a una posición precisa
de la ciudad, a un piso preciso de un edificio, a una puerta precisa de este
piso; la cita se regula por la posibilidad, por parte de ambos, de hacer
referencia a un sistema de signos de uso universal, que es el reloj.
Vienen después diversas
operaciones que Sigma ha de realizar para reconocer un taxi como tal, los
signos que ha de comunicar al taxista; cuenta también la manera como el taxista
interpreta las señales de tráfico, direcciones prohibidas, semáforos, giros a
la derecha o a la izquierda, la comparación que ha de efectuar entre la
dirección recibida verbalmente y la dirección escrita en una placa...; y están
también las operaciones que ha de realizar Sigma para reconocer el ascensor del
inmueble, identificar el pulsador correspondiente al piso, apretarlo para
conseguir el traslado vertical, y por fin el reconocimiento del piso del
médico, basándose en la placa de la puerta. Sigma ha de reconocer también,
entre dos pulsadores situados cerca de la puerta, el que corresponde al timbre
y el que corresponde a la luz de la escalera; pueden ser reconocidos por su
forma distinta, por su posición más o menos próxima a la puerta, o bien
basándose en un dibujo esquemático que tienen grabado encima, timbre en un
caso, lámpara en otro... En una palabra, Sigma ha de conocer muchas reglas que
hacen que a una forma determinada corresponda determinada función, o a ciertos
signos gráficos, ciertas entidades, para poder al fin acercarse al médico.
Una vez sentado delante de él,
intenta explicarle lo que ha sentido por la mañana: «J’ai mal au ventre». El
médico entiende las palabras, pero no se fía: es decir, no está seguro de que
Sigma haya indicado con palabras adecuadas la sensación precisa. Hace
preguntas, se produce un intercambio verbal. Sigma ha de precisar el tipo de
dolor, la posición. Ahora el médico palpa el estómago y el hígado de Sigma;
para él algunas experiencias táctiles tienen un significado que no tienen para
otros, porque ha estudiado en los libros que explican cómo a una experiencia
táctil ha de corresponder determinada alteración orgánica. El médico interpreta
las sensaciones de Sigma (que él no siente) y las compara con las sensaciones
táctiles que experimenta. Ahora el médico examina las palmas de las manos de
Sigma y ve que tienen manchas rojas irregulares: «Mal signo —murmura—. ¿No
beberá usted demasiado?». Sigma lo reconoce: «¿Cómo lo sabe?». Pregunta
ingenua; el médico interpreta síntomas como si fueran signos muy elocuentes;
sabe lo que corresponde a una mancha, a una hinchazón.
Pero de ello no vamos a
ocuparnos. Podemos abandonar a Sigma a su destino (con nuestros mejores
deseos): si consigue leer la receta que le dará el médico (cosa nada fácil,
porque la escritura de los clínicos plantea no pocos problemas de descifrado),
quizás se ponga bien y pueda aún gozar de sus vacaciones en París.
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